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El Altar de los Susurros no es un simple proyecto bimestral literario: es una experiencia donde la escritura deja de ser un acto individual y se transforma en un ritual colectivo. Lo que lo distingue no es únicamente el género de los relatos —suspenso, misterio y terror—, sino el modo en que se gestan: bajo penumbra, silencio y voz quebrada en susurros.
Aquí, la palabra no se pronuncia para dominar, sino para invocar. Cada participante deposita fragmentos de sí mismo en páginas que, al unirse, construyen una narración que no pertenece a un autor, sino a una sombra compartida. No hay protagonistas ni firmas; sólo ecos que se entrelazan para dar forma a historias que parecen respirar por sí mismas.
El altar existe como un refugio donde el ruido del mundo queda afuera. Su diferencia radica en que cada regla impone un descenso:
- La comunicación en susurros recuerda que lo oculto tiene más poder que lo evidente.
- El secreto compartido entre los miembros convierte a cada texto en una ofrenda sellada.
- La atmósfera de oscuridad, lejos de ser un obstáculo, es el vehículo que permite explorar lo innombrable.
Lo que lo hace único no es solo la creación literaria, sino la sensación de que algo más acompaña cada palabra escrita. El altar no es un grupo, es una invocación. No es un taller, es un espacio donde los relatos parecen mirar de vuelta a quienes los escriben.
Participar en El Altar de los Susurros no significa simplemente escribir: significa aceptar que el silencio también habla, que la oscuridad también escribe, y que lo que nace aquí jamás podrá repetirse en otro lugar.

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